electricidadUn estudiio elaborado por la Asociación Dominicana de Industrias Eléctricas (ADIE) calcula que las familias y empresas de este país tienen que invertir más de US$500 millones al año para agenciarse por medios propios la energía que el sistema no suple pero sí cobra. El cálculo se queda corto, pues al gasto que hace la sociedad en velas, plantas e inversores y otros medios alternativos de energía y alumbrado, hay que agregar que la tarifa de la electricidad está sobrevaluada en virtud de una intermediación ineficaz que no tiene razón de existir, y que, por demás, ni siquiera es capaz de cobrar toda la energía que coloca en línea. Esa parte de la energía que las llamadas “Edes” no logran cobrar a los usuarios, la pagan los propios dominicanos en forma de subsidio.

El sistema eléctrico ha sido el peor lastre que ha tenido que arrastrar la economía del país, pues le resta competitividad. El costo de la electricidad en este país está calculado sobre parámetros onerosos, irreales, sin fluctuaciones arrastradas por los precios reales de los

combustibles. A pesar de que cada vez más energía es generada con combustibles baratos, como el gas natural, la tarifa mantiene el endoso de los precios de los derivados del petróleo. En realidad las empresas y familias dominicanas tienen que invertir anualmente muchísimo más que los US$500 millones citados en ese estudio. La ineficacia del sistema es sin duda el factor más oneroso.

La marcha de los hombres para repudiar los feminicidios y todo lo que signifique violencia contra la mujer ha sido una maravillosa expresión de responsabilidad social que debe replicarse en las escuelas y en cuanto escenario sea posible. Esta iniciativa debe dar inspiración a una conducta social masculina que muestre en la práctica un inequívoco sentimiento de respeto no solo por la integridad física de la mujer, sino también sus méritos, valores y el peso específico que ella tiene como parte de la familia.

Como parte de la violencia general que abruma a la familia dominicana, la agresión de género ha adquirido ribetes de trastorno social mayúsculo, difícil de doblegar con el peso de la ley y otros medios coercitivos. En esa virtud, la conducta masculina respetuosa y adecuada debe ser un patrón de actitud que debemos replicar en todas partes.

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